sábado, 15 de marzo de 2014

HISTORIA DE LAS RELACIONES DE GÉNERO



     Independientemente de la escuela, la evolución social siempre se ha estudiado como la evolución de una comunidad de hombres, y no de dos sexos distintos. Ellos eran los que actuaban públicamente, por lo que trasladaban su experiencia al conjunto de la sociedad; en lo que no participaban no tenía valor, era infravalorado.  

     Un ejemplo de ello: (Grecia, Sófocles) el espacio masculino hacía referencia a: agricultura, caza, navegación, comunicación verbal, creación de leyes y gobierno, mientras que el femenino: preparación de alimentos, cestería, confección de vestidos, mundo doméstico. Como cualidades masculinas eran: cultura, control y predominio cerebral y las femeninas: instinto, amor (sentimentalismo), lazos familiares, emoción. Siempre hay infractores de estas normas.

     Para el estudio de las mujeres a lo largo de la historia se emplean documentos materiales y escritos; las fuentes no suelen hablar sobre las mujeres, pero los historiadores modernos no han tenido interés en tratar de verlas desde otras perspectivas. Sí aparecen las mujeres que responden a tópicos, como reinas o santas, pero son excluidas del discurso histórico. El interés por la historia de la mujer surge a finales del siglo XIX (interés social), finales del XX (movimientos feministas).
     La afirmación de que “la posición en la sociedad está marcada por el hecho biológico” no es válida históricamente hablando. Es mejor usar el término “género” porque se eliminan los hechos biológicos. El género es la categoría social que se impone en un cuerpo sexual.
     Hombre y mujer no son atributos biológicos, sino una construcción cultural. Con género tenemos la diferencia entre masculino (lo público, lo exterior) y femenino (lo interior, lo privado, los sentimientos como el amor o el sufrimiento). Esto se ve en todas las culturas, y las tareas de los hombres tienen mayor significación que las de las mujeres. El concepto que mejor define las situaciones dadas durante la historia es el de “subordinación al poder del hombre”, es un concepto más neutral y general, adaptable a todas las épocas.

     Un ejemplo de ello es:
En Grecia y Esparta, lo masculino era sinónimo de defensa de la ciudad, y lo femenino de reproducir guerreros.
En Atenas, el ajuar es diferente, suelen ser objetos de la vida cotidiana. En las tumbas de las mujeres tienen objetos relacionados con la cocina, el tejido o joyas en el caso de mujeres poderosas. En los hombres lo habitual son armas, copas para beber.

     En todos los ámbitos de la vida (literatura, ritos funerarios, pinturas, escultura…) se ha mostrado esta desigualdad de roles y la importancia que se le atribuye a cada uno de ellos. Está muy presente la mentalidad del patriarcado. Éste es el sistema que dirige las relaciones de género, sistema legal en el que el cabeza de familia (miembro masculino de mayor edad) tenía poder absoluto sobre toda la familia. Se habla plenamente de este sistema cuando institucionalizamos el dominio masculino sobre las mujeres de una comunidad. Esto no significa que las mujeres no tengan ningún poder ni derecho. Pueden tener reconocidos derechos e influencias porque el patriarcado no existe como una realidad absoluta, hay derechos y deberes recíprocos. Se conoce el patriarcado bajo la figura del paternalismo; el padre de familia proporciona protección y economía a cambio de subordinación (trabajo doméstico y servicios sexuales fundamentalmente). Son sistemas justificados por una ideología de sexismo (supremacía masculina). Así en todas las sociedades en las que el patriarcado ha sido abolido, permanece el sexismo.